John Matthews es dueño de una constructora y lleva una vida placentera junto a su mujer y a su hija. Un día Jonh recibe la llamada de su ex-esposa Sylvie, en la que le comunica que el hijo de ambos, Jason, ha sido detenido.
Este joven, que estaba a punto de empezar la universidad, se enfrenta, ahora, a una pena de cárcel de entre diez y treinta años, por un delito relacionado con el narcotráfico. A John no le queda otra opción que pactar con la fiscal, Joanne Keeghan, para rebajar la condena de su hijo. Keeghan sacará en menos de un año al chico de la prisión si John le lleva hasta algún pez gordo del tráfico de drogas.
Que la película esté basada en hechos reales puede ser un aliciente para el público americano, pero aquí ese dato no deja de ser algo anecdótico. Y es que si la cinta pretende abrir un debate sobre algunas leyes injustas o desmesuradas contra la droga, fuera de los EE UU esa lucha se juega en otra liga y cada país tiene la suya.
Dejando a parte el planteamiento político, El mensajero también ofrece un debate moral. La historia se fragua a base de decisiones incorrectas: la del hijo, la del empleado y hasta la de la fiscal, para llegar a un desenlace donde el fin justifica los medios y donde los personajes “no tienen alternativa”. Una interesante propuesta sobre la que se pueden entablar sugestivas discusiones... Contraste
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