Tres capítulos dejan material suficiente para apuntar, sin pillarme una pilotitis, mis primeras impresiones de Homeland, el mejor estreno de este otoño para críticos tan dispares como el del grupo Joly, el del diario El Mundo o, allá en USA, los de Los Angeles Times y la revista Time. No he visto todos, pero hasta ahora Homeland ha sido lo más interesente, no cabe duda. La competencia tampoco era para tirar cohetes, eso también: Pan Am es correcta, Persons of Interests ya dejó de interesarme, Terra Nova tiene su nicho, American Horror Story se sale en cada curva y Hell on Wheels aún no se ha estrenado.
Al igual que ocurría con In Treatment, el material original proviene de la televisión israelí; no debe de ser casualidad que un país tan pequeño tenga una televisión tan estimulante. Eso es otra historia, vale. Lo importante aquí es que la traslación parecía asequible: son dos sociedades asediadas por el fantasma del terrorismo y, además, países con agencias de espionaje sofisticadas como pocas y ejércitos poderosos, envueltos en interminables conflictos bélicos.
No es baladí, por tanto, que al frente de Homeland haya veteranos de 24. Hay un humus ideológico común. Las explosivas andanzas de Jack Bauer parecían una respuesta directa al 11-S. Cada día/temporada suponía una lucha titánica para conjurar la amenaza de destrucción total, unas veces literal, otras veces simbólicamente, a través de la figura paternal del presidente americano. Las ocho temporadas eran una encarnación del imaginario de masacre civil que el World Trade Center había convertido en pesadilla recurrente. Seguir leyendo...
Fuente: Diamantes en Serie.
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