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Graham Greene |
Hace poco, escuché a una persona decir que tal cosa (se trataba de un asunto de cierta complejidad) era cierta, porque se lo había oído decir a un señor en la tele. Por un momento, sentí un poco de perplejidad ante tanta ingenuidad. Pensé: todavía, existen personas que cimientan sus opiniones sobre temas importantes y difíciles en semejantes fuentes, como si notas a pie de página de alguna autoridad indiscutible se tratara.
Para algunos, la televisión es como si fuera el aparato crítico de un libro o de un trabajo de cierto rigor. A falta de una bibliografía interesante y bien estudiada, el telespectador poco ilustrado se fundamenta en lo que oye en la tele a cualquiera, sin saber si esa persona sabe realmente de lo que habla.
Antes de la aparición de este invento, el atractivo de la letra impresa también ejercía un cierto encantamiento en el público. Aunque se tratara de la obra de un charlatán, si las ideas u opiniones del sujeto adoptaban forma escrita y se editaban, el efecto era de lo más eficaz. Siempre, se ha procurado un lenguaje apropiado para la ocasión, un pregonero profesional, a ser posible acompañado de música (aunque sea el ruido de una trompeta y de un tambor) y, tal vez, de cuantos medios fueran necesarios para tratar de solemnizar o comunicar convincentemente. Con estas pautas, hasta un sistema incoherente o malvado puede difundirse y gozar del reconocimiento de muchos.
En nuestros días, el sentido común ha ido cuestionando multitud de libros, bandos de pregoneros y -también- a la televisión. No obstante, aún quedan fieles que no cuestionan las opiniones, los tópicos y las consignas que tratan de imponerse de forma dominante sobre la sociedad. Incluso, ha aparecido otra especie de verdad absoluta: lo que he leído en Internet, lo que dicen en la red.
Existen personas bien documentadas que se expresan por distintos medios de comunicación que merecen nuestro crédito, pero porque se escriba en un libro o en Internet o se diga en la radio o en la tele, sin mejores argumentos que el medio que se ha utilizado para que salgan estas ideas a la luz pública, no tiene porqué ser más valioso que el comentario de un vecino de asiento en el autobús.
Llama la atención que un s. XX, caracterizado por una dosis de escepticismo considerable, haya sido tan crédulo y engañado por totalitarismos tan aberrantes. Graham Greene siempre tuvo un carácter escéptico. Fue tan escéptico que dudó del escepticismo. Quizás, por eso nunca renunció a la fe a pesar de sus problemas; puesto a dudar, se fiaba más de la Iglesia Católica que del hombre escéptico de su tiempo y que de su propio escepticismo. Si muchos marxistas y fascistas escépticos hubieran sido escépticos a cerca de estos sistemas en los que creían, se podrían haber ahorrado muchos sufrimientos a Europa y al mundo. No quiero animar a nadie a caer en el escepticismo. Sí, a ser un poco críticos, a intentar formarnos, a utilizar el sentido común, a ser razonables, a buscar la verdad. Los medios de comunicación deberían de tener siempre presentes estos valores por encima de otros intereses.
Pedro Seco Varón
1 comentario :
Dicho de otra manera más breve, que se trata de ser prudente, vaya.
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