La televisión atrae. Tiene ritmo, color, acción, emoción, pasión. La secuencia trepidante de las imágenes agarra, fija la atención, cautiva, enamora. A media luz, al atardecer, al anochecer, agazapados, acurrucados en el sillón, sumergidos en la tibieza del calor del hogar, es difícil escapar a su atractivo. Es tentador dejarse llevar, relajar la mente y los sentidos, entornar los párpados, arremolinarse, enroscarse, dejarse arrastrar por el ritmo por la inanición de dejar de pensar. Y la televisión, que lo sabe, sobre todo a la hora de las mayores audiencias, a la hora de la publicidad, viste sus mejores galas, se llena de imágenes espectaculares, acciones trepidantes, tomas desde ángulos inverosímiles a ritmos acelerados. Acción, acción, acción. Acción dirigida a la emoción, a los sentidos, a impresionar, a atrapar al telespectador. Es la imagen la que cautiva; la palabra solo acompaña. Pero la imagen atrae, enamora. No necesita de grandes razones, no requiere el esfuerzo de pensar, no te plantea “el problema”, te da la solución. Nos transporta a aquello de “Dejar hacer, dejar pasar, el mundo anda sólo”.
Pero ésta, que es su fuerza, es también la debilidad de la televisión; sucumbir a la impronta de la imagen, convertirlo todo en espectáculo. Lo serio y lo menos serio, lo científico y lo vulgar, lo artístico y lo burdo, lo zafio y lo elegante, el debate y la información. Muchos opinan que crea poca opinión la televisión. Que la prensa y en menor medida la radio son los medios de comunicación a los que acuden mayoritariamente los ciudadanos cuando quieren estar en verdad informados sobre algo, cuando quieren saber de la cosa, cuando quieren “tener opinión”. En cualquier caso, es un hecho que para muchos ciudadanos, su único alimento cultural es la televisión. A pesar de que la información en televisión es, frecuentemente, sólo un flash de la realidad, un flash en muchas ocasiones violento por esa debilidad de la televisión de convertirlo todo en espectáculo.
Y así, hay que reconocer que los debates en muchas ocasiones son “cacareos” sin contenido, sin rigor, batallas de palabras entre personajes extraños que dominan el arte de insultarse, de atropellar una razón con otra razón sin tiempo para analizar ninguna de ellas. Y así, en ocasiones, se atropella la lógica y la ilógica, lo objetivo y lo subjetivo, la sinrazón y la razón. Importa solo el ritmo, la acción, la emoción, el acaloramiento. La técnica para llegar ahí es fácil y sutil; se busca la mayor distancia posible entre dos cuestiones, se colocan los personajes mas raros u originales que se puedan encontrar, se dirige adecuadamente la cuestión, y se echan a pelear las ideas y los personajes. El debate está servido. Le aseguro que Vds., querido lector no se enterará de nada o de casi nada; asistirá a una batalla descarnada, maleducada a veces, con ruido, mucho ruido, voces, muchas voces. Se quedará con una serie de impresiones que tienen que ver siempre mas con la forma que con los contenidos, mas con lo que parece ser que con lo que es, y al final, sin querer, sin haber tenido la oportunidad de que la cuestión se debata con rigor, sin acaloramiento, Vds., sacará una opinión, por que a final de todo lo que sucede sacamos una opinión. Tenga cuidado porque esa opinión le puede llevar al error, le puede confundir. Ya lo hemos comentado, la televisión lo convierte todo en espectáculo. No se deje llevar. La imagen arrastra siempre. Disfrute de la televisión; es un gran invento. Pero para ganar la partida, conozca las reglas de juego. Como decimos en nuestra Asociación, conviértase en un telespectador inteligente. Manuel Fidalgo Yebra.
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