Poco antes de que estalle la Guerra Civil Americana, King Schultz, un cazarrecompensas de origen alemán, libera al esclavo Django para que le conduzca a su próximo objetivo. Una vez acabado su trabajo (matar a unos asesinos y entregarlos a la autoridad), deciden asociarse, con la condición de que al final del invierno Shultz le ayude a localizar a su esposa, prisionera del amo de Candyland.
Por fin Tarantino se fue al oeste. Con una filmografía bastante engrosada, en la que ha ido citando a diestro y siniestro muchas películas con especial hincapié en los western, este director ha logrado estrenar uno. El que fue uno de los géneros más populares en la época dorada de Hollywood es, ahora, una pieza de cinefilia que casi todos los directores de culto quieren, precisamente, cultivar.
En 1966, Sergio Corbucci (uno de los más afamados realizadores de spaghetti western) dirigió Django, protagonizada por Franco Nero; un actor que hace un cameo especial en la actual película de Tarantino. Al director de Tennessee le prendó especialmente el film, una de cuyas secuencias inspiró la famosa escena de la musicada sección de una oreja en Reservoir dogs.
Heredera del espíritu que latía bajo esas historias estilizadas de sucios vaqueros, Django desencadenado recoge su realización –esos zooms y ralentí, acompañados de una banda sonora al compás de los cánones rasgados y exagerados de este subgénero-, la dureza y la inmoralidad brutalmente expuestas (sobre todo en lo que a la esclavitud respecta) y una ironía reforzada por la afilada pluma de Tarantino... L.D. Contraste.
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