CINEMANET. (Alberto García, publicado originalmente en Nuestro Tiempo).
Fue un acontecimiento extraordinario: 12 millones de almas, sentadas en su sofá, persiguiendo un final. El final. Tras 86 capítulos y 4300 minutos, la familia Soprano se reúne en un diner de Nueva Jersey. Comen aros de cebolla mientras, irónicamente, suena el Don’t Stop Believing de Journey . La familia que cena unida… Con un ritmo inquietante, flemático, la cámara se detiene en los rostros que pueblan el restaurante. Y la antesala trágica de un coche que no logra aparcar y un personaje misterioso que entra al baño y… ¡¡zas!! Un fundido a negro de 10 segundos de duración y cortante silencio. No va más. Fue la despedida a un “nuevo concepto de familia”, el adiós a los entresijos de una mafia ultraviolenta y en crisis, aclamada por la crítica y adorada por el público culto.
Los Soprano no han sido solo una serie, también un síntoma. Una prueba de que el mejor cine se hace en televisión. Hay talento y excelencia, novedad y riesgo. Hondura. Ritmo. Y ese difícil equilibrio serial entre originalidad y repetición. Con la ficción anglosajona actual, el espectador puede sentirse tratado como un ser inteligente, con buen gusto y vocación por las historias bien contadas. Adiós a la telebasura: las nuevas series americanas siguen llegando. La edad de oro de la televisión continúa.
Desde finales de los 90, las series viven una etapa de esplendor inusitado, ofreciendo a la audiencia algunos de los programas más completos y complejos del mundo audiovisual. El éxito global de Los Soprano , 24 , Perdidos o El Ala Oeste así lo atestiguan. Además, cada vez resulta más asequible acercarse a la ficción televisiva americana porque, paradójicamente, la televisión ya no tiene por qué verse en la pequeña pantalla; los DVDs e internet han abierto nuevas vías de acceso que la dejan al alcance de la mano. La tecnología ha facilitado que cada espectador se convierta en programador: sin anuncios ni horarios predeterminados, sin doblajes destroza-matices-de-personajes ni caprichos de la “Horda de Programadores Mutiladores y Noctívagos” que asolan nuestras parrillas generalistas. Así era difícil disfrutar de las grandezas de la serialidad, esa cita semanal con un universo repleto de viejos amigos, con historias que queríamos que nos contaran… y el reencuentro con un espacio seguro. Porque engancharse a una serie es apostar a caballo ganador. Gran parte de su éxito radica en la certeza de gastar nuestro tiempo en un producto ya testado, con unas coordenadas narrativas y dramáticas que el espectador sabe que se mantendrán a lo largo de la serie.
Por suerte, hay vida más allá de los canales en abierto. Muchas de las grandes series estadounidenses encuentran su primera ventana de distribución en televisiones de pago (Fox y Canal+ destacan como las emisoras más apegadas a la serialidad anglosajona). De entre las generalistas, conviene destacar la apuesta que han hecho las nuevas cadenas: en La Sexta se pueden ver “series de culto” como Larry David , Me Llamo Earl , Extras o Entourage , así como la última gran sit-com estadounidense: 30 Rock (Rockefeller Plaza) (¡¡estrenada un martes de julio en el horario estelar de 1:20 de la madrugada!!); por su parte, Cuatro , que ha tenido en House uno de sus estandartes, apostará este año por Dexter , por una mujer detective de lo más eficiente en The Closer o por una madre de barrio pijo que, tras enviudar, opta por mantener su alto nivel de vida a base de vender marihuana en Weeds.
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