Cada época tiene sus notas, cada edad tiene sus sintonías, cada siglo tiene sus signos. En el descubrir, en el asimilar y a veces en el sortear las notas, las sintonías, los signos del tiempo en que vivimos nos va gran parte de nuestra vida, nos jugamos gran parte de nuestro futuro.
Y todas las épocas tienen sus profetas, sus sabios y sus ignorantes, sus grandezas y sus miserias, sus músicas y sus guerras, sus odios y su perdón. Y en algunas, los profetas adquieren a veces hasta carácter científico. Por ahí funciona una ciencia llamada prospectiva que pretende despejar las incógnitas del futuro aplicadas al devenir de las empresas. Por allí, funcionan los filósofos, empeñados en desentrañar las razones profundas del ser humano, responder a las grandes preguntas, ir mas allá de lo que se ve para aproximarse a lo que no se ve pero se siente, se intuye.
Para muchos, estamos inmersos en la revolución electrónica, la última revolución. Para otros, el siglo XXI marcha parejo con otra revolución, la femenina, la incorporación de la mujer de manera plena al mundo del trabajo. Quizás ambas revoluciones, - apagados los ecos de aquella seudorevolución que prometía cambiar el mundo, la marxista - sean las verdaderas revoluciones del siglo XX y XXI. Otros, como André Malraux, van más allá, y con tono lapidario definen el siglo XXI, como el siglo que “será religioso o no será” .
Pero lo que se ha convertido en una realidad medible, mensurable, concreta, definida, es la revolución electrónica. Es un hecho que nuestro siglo vendrá marcado por la electrónica. La electrónica nos llevará, nos está llevando a la muerte de la distancia, a la desaparición de las fronteras, a derribar barreras, a abrir las ventanas del conocimiento de la cultura de par en par a toda la humanidad, como anunciaba en su libro Frances Cairncross. Y el fenómeno no ha hecho mas que empezar. La explosión vendrá cuando los tres elementos que forman la revolución electrónica, el teléfono, el ordenador y la televisión, que hasta ahora han navegado en gran medida solos, se integren. Pero no sigamos por ahí; hoy, pretendo hablar sobre todo de televisión. Así que vamos a ello.
De alguna manera, nuestra generación ha tenido la oportunidad de asistir al estreno mundial de un fenómeno tan singular como es la televisión. La televisión nos ha permitido acercarnos a otros mundos, observar otros paisajes, conocer otras costumbres. La televisión ha roto barreras. Cada vez es más difícil la barbarie, cada vez es menos posible la dictadura de cualquier tipo. La televisión lleva y trae imágenes, hace conocer otras realidades. Para bien o para mal, la televisión, ese invento apasionante, ha marcado nuestras vidas. Gran parte del recién terminado siglo XX ha venido marcado por su presencia. En términos de costumbres, de modelos de conducta, de modas, la televisión se ha convertido en un elemento fundamental. El ordenador a aumentado la capacidad de nuestra inteligencia; por primera vez el hombre dispone de una maquina que multiplica no su fuerza física sino su capacidad intelectual; el teléfono, sirve fundamentalmente para comunicarse; pero la televisión, -ese elemento que incorpora la imagen- “El mensaje es el medio, decía Mac Luhan”, va directamente al corazón a la emoción, a los sentidos, a en definitiva, la parte mas manipulable de nuestra naturaleza.
La televisión, ha cambiado muchas cosas. Hasta la manera de hacer política sin ir más lejos. Los modos, los usos, las costumbres se han visto considerablemente influenciadas. Hemos pasado de la cultura oral y escrita de siglos atrás a la cultura audiovisual. Y es urgentemente necesario por tanto educar para entender, para aprehender las reglas de juego de lo audiovisual. La asignatura pendiente del siglo XXI es la de entender, asimilar la grandeza de lo audiovisual. Lo audiovisual no va contra nada, simplemente está. En cualquier caso va a favor de una mejor comprensión del mundo de la ciencia, de la técnica, de la Humanidad.
Pero no nos llevamos demasiado bien con la televisión. El mundo de la cultura la mira con desconfianza, el mundo de la enseñanza de reojo. Da la impresión de que todo el mundo la teme y nadie la entiende, de que nadie quiere trabajar en otra onda; es decir, en integrar la televisión, en aprovecharla, en desmitificarla. Y así, algo que, queramos o no queramos, está presente en nuestras vidas por activa o por pasiva, pasa por ser ese elemento al que hay que temer o ese elemento incontrolado que expulsa frases malsonantes, escupitajos y malos modales.
¿Qué ha pasado para llegar ahí?. Muy sencillo; por una parte la falta de regulación del medio; aun hoy, -salvo Cataluña, Navarra y Andalucía-, el resto de las comunidades no cuentan con Consejos Audiovisuales; por otra, hasta la aprobación en fechas recientes de la Ley General Audiovisual, prácticamente no existía mas normativa que la Directiva Comunitaria sobre Televisión sin Fronteras aprobada hace cuatro años aproximadamente. Es decir, hay que completar la regulación de las televisiones y hay que aplicar su regulación. Pero fundamentalmente, ha sido la guerra de las audiencias la que ha actuado como mecanismo de censura para los programas de calidad. A unos precios irrisorios, lo morboso, lo sucio, lo oscuro, atrae a la audiencia. Competir con Gran Hermano se puede hacer por ejemplo, transmitiendo un partido de futbol. Pero transmitir un partido de futbol vale muchos millones y una hora de GH tres euros y medio. Conclusión, a veces prima lo zafio, lo hortera y lo raro. Y este mecanismo, que obliga a ver lo que a uno en realidad no le gusta ver, hace que los telespectadores se vuelvan contra ella. A fin de cuentas su zafiedad les pervierte y eso es algo que a nadie le gusta. En cualquier caso nadie quiere sentirse culpable de eso; el culpable es siempre la televisión. Estamos de acuerdo que siempre puede uno darle al botón. Pero estamos también de acuerdo que seria mejor no tener que darle. Así los débiles, los pusilánimes, y lo que es más grave, los jóvenes quedarían a salvo.
Pero al ritmo que van los tiempos, hay que curtirse contra estas situaciones; y sobre todo hay que mirar a la televisión como lo que es. Un gran medio al que hay que saber usar. Y el saber usarla supone que ha veces hay que verla y a veces hay que no verla. En cualquier caso siempre hay que estar informado, seleccionar, debatir, comentar lo que se quiere ver y lo que no se quiere ver. Es necesario educar usuarios que sepan navegar por el intrincado mundo audiovisual. Hoy la oferta mediática es impresionantemente abultada. No queda mas remedio que seleccionar, aprender a navegar, sortear los obstáculos, escoger el mejor camino, el mas limpio y despejado. Al final, como casi siempre, el remedio a casi todo está en uno mismo. Manuel Fidalgo Yebra.
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