24 de junio de 2010

HOMBRE Y MUJER: dos formas diferentes de ser persona y de ver la tele

Manuel Álvarez Romero.

Cuando alguno de mis amigos, un tanto crítico y ocurrente, me oía pronunciar la primera parte de la frase que sirve de título a estas columnas, solía apostillar “¡No hombre, no! Más bien se trata de dos modos muy difíciles de ser persona”. Y no es como para reírse con esta observación, si recordamos las dificultades que hemos ido observando, al respecto, en estos ámbitos, a lo largo de nuestra vida. Arduo e interesante tema este de la comunicación entre las personas tanto en directo como a través de los medios.

Iguales y muy distintos. Así son los hombres y las mujeres. Con dignidad y valor personal idénticos pero con una especificidad tan notable y legítima, que les diferencia tanto, tanto, que alcanza a hacerlos complementarios entre sí.

El hombre se perfecciona y alcanza su plenitud en la mujer, y al contrario. No caben dudas, al respecto, ante el error gigante de la cultura unisex que en palabras de Pablo Carreño resulta destructiva para la naturaleza. Acabar con la complementariedad –escribe- es tanto como atentar contra la familia humana y restar a los sexos su imprescindible oportunidad, idoneidad y efectividad: Cuando alguien apuesta con interés a una operación como ésta, que tiende a igualar por los mínimos, y así destruir lo más específico del hombre, sólo puede tratarse de quienes odian al ser humano.

¡Qué gran empresa la de empeñarse en ser hombre o ser mujer! A la felicidad sólo conduce el camino que nos lleva a situarnos en el lugar que nos corresponde. Y más, conforme nos acercamos a esa plenitud de humanidad a la que estamos llamados.

Y eso es aplicable al modo y a los contenidos respecto a como vemos la TV. El lugar, las posturas, la compañía, lo que hacemos delante del televisor, si hablamos o no… ¡y no digamos en cuanto al los contenidos!

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Todo ello influye notablemente en la dinámica y la vida familiar. Por ser la familia una entidad imprescindible para el completo y buen desarrollo de la persona humana - hombre o mujer- cada vez que los avatares del vivir la distorsionan o quebrantan, es el propio hombre –varón o mujer- quien sufre y muestra las fracturas, heridas, llagas o cicatrices consecuentes. ¡Y cómo cuesta, después, la restitución de la salud personal y familiar!

La persona, sea quien sea, necesita de la familia: seguridad, afecto, modelo de aprendizaje, conciencia de sus raíces de origen, respaldo, valoración y admiración, sustento, cauce para agradecer, dar y darse, etc. Y, en todo eso, la TV de nuestros días juega un papel de gran entidad. Cuando la familia falta o falla caben suplencias, más o menos suficientes, pero tenemos claro que ha de ser nuestra propia familia –aquella en que nacimos, la que hemos fundado y las que de aquí se derivan- quien cubra, de modo natural, nuestros requerimientos personales, los de cada uno de los integrantes del grupo familiar.

Así como las deficiencias familiares causan deterioro personal, las excelencias en la familia dan lugar a excelencias personales. Y lógicamente, los valores o los defectos de la persona van a ser claros y valiosos presupuestos a la hora de constituir una nueva familia. Es esta la dinámica circular que, a modo de espiral o feed-back, logra hacer excelente o, al menos, suficiente a una sociedad que evoluciona al son de los tiempos. Así surgen modelos equilibrados o radicales respecto a la TV y que van desde no hay televisor en casa hasta disponer de uno por persona, desde todo se ve hasta un control obsesivo, desde un disfrute compartido hasta el cultivo del individualismo egoísta.

Para reponer, mantener o mejorar la salud de las personas, resulta urgente, en nuestros días, inyectar solidez en nuestras familias. Los binomios ansiedad-serenidad, normalidad-depresión, salud mental-enfermedades psíquicas, felicidad-infelicidad, juventud pese a los años-soledad en la vejez, soporte saludable-enfermedades sin apoyo, etc., van a volcarse hacia un lado u otro según sepamos o no emplearnos, en nuestras familias, con amor y generosidad. También en el proporcional equilibrio de masculinidad-feminidad aplicado al entorno televisivo.

Todo esto es un proceso dinámico porque, en la familia, cada miembro ha de jugar un rol diferente: su propio papel. De ahí se deriva, en buena medida, la educación de los hijos. Y junto a la seguridad que éstos reclaman –que suele brotar y se expresa en el amor que papá y mamá se tienen y se demuestran- suponen un certero elemento educativo las imágenes paterna y materna, que los propios progenitores presenten a lo largo de la vida familiar. Así se labra la sana afectividad de los chavales.

Con actuaciones de este tipo, se ayudaría al cambio en el enfoque político capaz de sustituir o complementar el reconocido “derecho” de los adultos a casarse y tener una familia, por “el derecho” de los niños a tener padres y una vida familiar estable. Sería una buena corrección al individualismo actualmente imperante en nuestra sociedad.

Cada vez nos percatamos mejor de la enorme importancia que tiene el modo personal de actuar, en nuestro pequeño “Gran Teatro del Mundo”, porque en la infancia-juventud se modela lo más básico de nuestra personalidad. Y así, entre afirmaciones o repulsas, entre luces y oscuridades, con amores y desamores, en base a admiraciones y desprecios venimos a forjar las afinidades y las fobias que decidirán nuestro modo de ser y el tipo de hombre o mujer por el que optamos para competir y construir nuestra vida.

El potencial enriquecedor que la TV ofrece debe ser tenido en cuenta al plantearnos el modelo de dinámica familiar que elegimos.

La familia, como marco de un desarrollo personal, siendo varones o mujeres, es tema importante en la vida social y conviene tratarlo día a día. Iguales y distintos, llamados a la felicidad y con una difícil pero bonita andadura por delante. ¡Emocionante aventura!. 

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