7 de noviembre de 2011

ADICTO A LAS SERIES (Alberto Nahún García en la Revista Paradores... y en las VI Jornadas Universitarias)

Hace una década las series jugaban en segunda división. Hasta que, sin mucho ruido, el cine se coló en la pequeña pantalla. La revolución se venía fraguando desde mucho antes, con éxitos como Seinfeld o Expediente X, pero el gol por la escuadra lo marcó la HBO con Los Soprano (1999-2007). Los mafiosos de David Chase llegaron escoltados por las cabalgadas de la adictiva 24, la hiperrealista CSI o la inteligente El ala oeste. Tras esas joyas –y otras como Buffy, The Office o Carnivàle– la televisión comercial se puso a la altura del cine en el imaginario colectivo. Ya podía competir de tú a tú, conjugando una mirada de autor con el gusto comercial de los grandes públicos. Como en el Hollywood clásico.

Así, hoy pasean por la tele actores consagrados como Dustin Hoffmann (Luck) o Glenn Close (Daños y perjuicios), directores como Darabont (Los muertos vivientes) y productores como Scorsese (Boardwalk Empire). Es un círculo virtuoso: cada vez aterrizan más estrellas y talento porque los espectadores demandan más calidad.

Dejando de lado las polémicas en torno a las descargas, es innegable que parte de todo este éxito procede de internet. Paradójicamente, la televisión ya no tiene por qué verse en televisión. Ahí radica el gran salto: desmarcarse de la tiranía de las cadenas. Ahora el espectador puede descargar el último capítulo de la excepcional Breaking Bad en HD, rememorar los DVDs de Friends en la cama, con el ordenador, o, incluso, meter en su móvil las últimas carcajadas de Cómo conocí a vuestra madre o Misfits para hacer más llevadero el trayecto de metro. En esta nueva era, el espectador no solo reina sino que también gobierna. Decide el qué, el cuándo y el dónde. Seguir leyendo...

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